
Érase una vez, dos perros que vagaban sin rumbo por
la ciudad de Valencia, cuando tuvieron la gran suerte de encontrarse por la
calle a un humilde empresario que les dijo:
—Buenos días
perritos, ¿vais perdidos?
—Sí,
contestaron los dos perros a la vez.
—Pues si
queréis podéis veniros a mi casa, porque soy soltero y tengo mucho sitio para
que podáis correr y jugar los dos juntitos, dijo el hombre. A los dos perritos
les pareció buena idea, pero el más mayor, llamado Baster, no parecía muy
contento.
El hombre
los recogió y los llevó a su casa, donde les presentó a su perrito, que parecía
un poco asustado.
Los primeros
días en la casa fueron bastante buenos, aunque Baster siempre estaba gruñendo y
comportándose como un maleducado, hasta que un día el hombre se hartó y decidió
llamar a la perrera para que se llevara a dicho perro porque no podían seguir
malviviendo de tal manera.
El día que
llegó la perrera a la casa, el perro que acompañaba a Baster por las calles de
Valencia no quería que se lo llevaran porque había sido su apoyo durante los
últimos meses, pero tenía que marcharse para que pudieran vivir tranquilos.
Una vez
Baster abandonó la casa todo volvió a su sitio y todos quedaron contentos. El
hombre seguía visitando al perro en la perrera y los cuidadores de dicho lugar
le decían que seguía siendo igual de maleducado y gruñon que antes. Entonces,
por culpa de sus comportamientos ninguna familia lo pudo adoptar y pasó el
resto de su vida encerrado en una jaula y con una libertad escasa.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada