En verdad todo comenzó un tres de Marzo, cuando vino un chico a mi casa de intercambio, de Nueva York.
Yo ese día no estaba muy entusiasmada con la llegada del chico, porque no lo conocía de nada. Pero cuando lo conocí, tenia miedo de cuando se fuera después de verano, no volver a verlo nunca más, porque en esos momentos fue lo mejor que me pudo pasar ese verano.
Era un chico de 19 años, llamado Adrián.
Tenia la cara fina y dulce, la frente fina, los ojos marrones claros, la nariz recta, la boca besucona, las mejillas suaves y rojizas (cuando tenia vergüenza), los labios gruesos y finos, de color bronceado, el cabello castaño oscuro, las manos grandes y suaves, y las piernas fuertes. Por lo general era alto, corpulento, ligero, fuerte, ágil, deportivo, maduro y sano. Su forma de vestir era bonita y sofisticada. Era alegre, atento, trabajador, educado, listo, despierto, fantástico, presumido, sincero…
Una tarde me lo llevé a dar una vuelta por el pueblo y le enseñé mi sitio favorito, que es una avenida grande y larga donde hay árboles y unos quantos bancos para sentarse. Me gustaba ir allí porque era un sitio tranquilo, donde ibas allí a sentarte un rato y te relajabas, por el aire fresco y suave que corría. A él le gustó muchísimo porque decía que transmitía tranquilidad. Nos sentamos allí en esos bancos, se estaba anocheciendo y no había casi nadie por allí. Estábamos los dos solos y en un momento dado me abrazó y me besó, fue una noche muy especial porque me había dado cuenta que me había enamorado de él. Al día siguiente él se tenía que volver a Nueva York después de todo el verano en España. Me dijo que el verano siguiente volvería. Y ahora estoy con unas ganas inmensas de que sea verano para volver a verlo.
Que apasionada Anabel, ya nos contarás que pasa en el siguiente verano.
ResponEliminaApues Anabel, de Nueva York y se llama Adrián, jajaja.
ResponElimina¿"Apues"? Núria, ¿"Apues"?
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