
Se llamaba Salvador, pero aquí, en Sellent todos le llamaban "Salva".
Era muy buena persona, muy amable, simpático, cariñoso y un tanto bromista. Era bastante alto, llevaba gafas, el poco pelo que le quedaba castaño, de ojos verdes, no estaba ni flaco ni grueso, pero tenía su barriguita.
Él me recogía por las tardes del colegio e íbamos al parque, al campo, merendábamos... Luego me compraba algo, íbamos a pasear o con las bicis (por cierto, él fue quien me enseñó a montar en ella a los cinco años). Yo le decía :
- Abu, no me sueltes, arrástrame tu.
Y el respondía :
- No te soltaré, renacuaja.
Pero un día me soltó, y así y gracias a él me enseñé muchísimas cosas. En mi cumpleaños siempre me llevaba a una casa de campo que teníamos en la montaña. Allí nadábamos en la piscina, merendábamos chocolate con churros, jugábamos un poco e íbamos a pasear a Tom, mi perro. Cogíamos flores para mi abuela, que estaba en casa preparando la cena para todos. Y por todo esto y mucho más, he querido tanto a mi abuelo.
Ahora tengo 32 años y tengo un bebé de ocho meses, y me encantaría que alguno de sus abuelos fuera tan significativo para él como mi abuelo lo fue para mí.
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